Que grande que es el deporte, sobre todo si tienes un cuerpo que no tiene ninguna disposición para hacerlo, un organismo que no te lo pone fácil y una cabeza tan enrevesada que va a poner todas los impedimentos posibles para permitirte que entrenes. Encuentra en la bicicleta una de tus mejores aliadas.
La bicicleta de carretera se está convirtiendo en una de mis mejores amigas. Una aliada que se pone de mi parte para regalarme unos ratos increíbles. Me acompaña por carreteras aisladas en donde me quedo yo, ella, el susurro del viento y el ritmo pausado del pedaleo. Equilibra mis pensamientos (más bien los deja mudos) y se lo agradezco.
Ayer hice lo que tocaba, intentar correr más rápido, hacerle caso a mi entrenador, a mi sentido común y ningún caso a mi cabecita, pero me encuentro hoy con la cruel venganza del síndrome de Sjögren: me levanto más tiesa que la farola que hay en frente de mi habitación y con mucha menos flexibilidad que su ondeante mástil. Mis articulaciones empiezan a recuperar su función hacia el medio día. Como mis neuronas aún dormidas, decido lanzarme a la gran aventura de ir en bicicleta por el Valle de Lecrín.
La rigidez articular por la mañana es un síntoma común a muchas enfermedades reumatóides, pero los días que me levanto tan rígida se que el dolor permanecerá hasta que me tenga que tomar una pastilla....o vaya a nadar o en bicicleta. Me recuerdo a el hombre de hojalata del Mago de Oz. El movimiento es como el aceite y con un buen entrenamiento es muy probable que no sólo recupere la mobilidad, si no que también disminuya el dolor sin tener que tomar analgésicos que me destrozan el estómago y el hígado. Los pobres suficientemente mal están ya por el Sjögren.
En Granada no hay rutas planas. Es una realidad a la que me tengo que enfrentar antes o después con valentía.
Tengo las piernas y la cadera hechas papilla de ayer y me enfrento a algo que siempre he querido hacer y que nunca me he visto capaz: hacer el tramo de bici de un triatlón que ya no existe, que siempre miré con ganas, pero inalcanzable. En imaginaciones me sueño haciéndolo en honor de mi padre y de los buenísimos recuerdos que tengo de este lugar. El triatlón sprint del Valle de Lecrín.
Todavía me quedan un par de horas para recuperar la sensatez y aprovecho que mi sentido común está amablemente adormecido para ponerme el culotte, el mallot del Club atlético de Torelló (al final los de aquí se van a enterar de dónde queda Torelló y todo) y cargar la bici en el coche.
Lo voy a hacer, soy valiente y soy fuerte y ESTOY COMO UNA CHOTA. Venga.
El valle de lecrin…se trata de un pequeño valle desconocido para muchos, situado entre la turística Granada y la todavía más turística Alpujarra, de camino hacia la denominada Costa Tropical Granadina. Para algunos, un pequeño paraiso escondido.
El cielo azul dibuja los brillantes colores de las naranjas y los limones sobre un verde alegre, sobre la sombra azulada de enormes olivos centenarios. De vez en cuando las casas inmaculadas y blancas gotean al fondo de los senderos.
Allá voy, dispuesta a recuperar mi dignidad perdida en el intento de correr a una velocidad normalita y pasar un buen rato sufriendo con mi bicicleta.
Dejo el coche en la presa que hizo mi padre con su equipo de ingenieros. Que recuerdos de la infancia. Respiro el aire y subo hacia uno de los pueblecitos, Béznar, que preciosidad, asciendo hasta Lecrín, que alegría de callecitas inmaculadas, bajo a Restábal aspirando el aroma del azahar, que brota junto a las naranjas y los limones en los mismos árboles, paso por Pinos del Valle y paro un momento. Quiero coger las hojas de un limonero y frotarlas con las manos. Que aroma. Estoy en Pinos del Valle.
En Pinos? En el pueblo ya? Pero si no llevo ni una hora y ahora toca la bajada hacia la presa de regreso?
Donde están las cuestas insufribles de mi infancia?.
A más se pedalea, menos esfuerzo requiere la bicicleta y más se adapta el cuerpo a la postura.
Llego al coche con una sonrisa en la cara. La ruta se me quedó corta. Voy a la cooperativa a comprar naranjas. De allí no me voy sin naranjas. Dos saquitos, cinco Euros. Además de buenas, baratas.
Que agradecida es la bicicleta, la miro, bien colocada dentro del coche, tapadita con su manta gris para que no se vea mucho.
De repente, siento a mi padre. Siento claramente que está por allí y que me está mirando. Se rie de mi pequeña gran azaña y está orgulloso de mí. Nunca me lo dirá, como nunca lo hizo durante su vida. Él es así.
Que buenos ratos me está dando mi bici.
que buenos ratos, gracias al triatlón y los entrenamientos que te pide para que lo puedas hacer.
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